miércoles, 9 de marzo de 2016

Toledo en El Quijote II - La plaza de Zocodover

La Plaza de Zocodover

La popular y conocida plaza de Zocodover se cita dos veces en El Quijote.

Zocodover
Plaza de Zocodover
Una de ellas en el capitulo veintidós de la primera parte, cuando Don Quijote se cruza en un camino con una cuerda de galeotes, uno de ellos, el conocido Ginés de Pasamonte, que se dirige a nuestro caballero después que éste le hubiera ofrecido veinte ducados. “Eso me parece —respondió el galeote— como quien tiene dineros en mitad del golfo y se está muriendo de hambre, sin tener adonde comprar lo que ha menester. Dígolo porque si a su tiempo tuviera yo esos veinte ducados que vuestra merced ahora me ofrece, hubiera untado con ellos la péndola del escribano y avivado el ingenio del procurador, de manera que hoy me viera en mitad de la plaza de Zocodover de Toledo, y no en este camino, atraillado como galgo; pero Dios es grande: paciencia, y basta”.

La otra mención a la plaza de Zocodover es cuando Sancho Panza diserta con un estudiante sobre el habla de los toledanos. El estudiante le expone la gran diferencia que existe entre el castellano pulido y elegante que se habla en el claustro de la Catedral toledana y el castellano vulgar y hasta soez que se hablaba en la Plaza de Zocodover, lugar de pícaros y maleantes.

Volveremos a hablar de la plaza de Zocodover en alguna de las Novelas Ejemplares de Miguel de Cervantes; por ejemplo en La Ilustre Fregona o Rinconete y Cortadillo.


David J. Calvo

miércoles, 2 de marzo de 2016

Toledo en El Quijote I

En Toledo tiene lugar la génesis de Don Quijote de la Mancha, obra inmortal de Miguel de Cervantes. El arranque figurado o simbólico de la gran novela se produce en la ciudad Toledo. Veamos cómo:

Puerta del Reloj al final de la calle Chapinería
Cervantes, como narrador, dice haber encontrado en el barrio del Alcaná el manuscrito de Cide Hamete Benengeli, en el que se relata la historia de Don Quijote desde el capítulo nueve. Así lo narra Cervantes en el mencionado capítulo: Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía y vile con caracteres que conocí ser arábigos. Y puesto que aunque los conocía no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese, y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua le hallara. En fin, la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y, leyendo un poco en él, se comenzó a reír”.

El Alcaná era el barrio más comercial de la ciudad de Toledo desde la época musulmana, estaba ubicado en lo que fue la judería menor de la ciudad. Las calles Hombre de Palo, Sinagoga, Cordonerías, Sal, Chapinería, Cuatro Calles, entre otras, eran parte del centro neurálgico y comercial, donde se vendía y compraba casi todo, especialmente productos relacionados con la seda. Por ello, a finales del siglo XVI o los primeros años del siglo XVII, cuando Cervantes caminó por el Alcaná, pululaban numerosos mercaderes moriscos que vendían toda clase de productos. El joven citado por Cervantes quería vender unos viejos papeles, posiblemente a un sedero, para ser usados como envoltorio de refinados productos.

Calle Chapinería
Tenemos en Toledo y en su Alcaná gran cantidad de moriscos. Miguel de Cervantes necesita un traductor y cierra el trato con el joven en el claustro de la Catedral, que servía de mentidero a la población más ilustrada de la ciudad. Conozcamos cómo Cervantes nos narra tal acontecimiento al final del noveno capítulo: Cuando yo oí decir «Dulcinea del Toboso», quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de don Quijote. Con esta imaginación, le di priesa que leyese el principio, y haciéndolo ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo. Mucha discreción fue menester para disimular el contento que recebí cuando llegó a mis oídos el título del libro, y, salteándosele al sedero, compré al muchacho todos los papeles y cartapacios por medio real; que si él tuviera discreción y supiera lo que yo los deseaba, bien se pudiera prometer y llevar más de seis reales de la compra. Apartéme luego con el morisco por el claustro de la iglesia mayor, y roguéle me volviese aquellos cartapacios, todos los que trataban de don Quijote, en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él quisiese. Contentóse con dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo, y prometió de traducirlos bien y fielmente y con mucha brevedad. Pero yo, por facilitar más el negocio y por no dejar de la mano tan buen hallazgo, le truje a mi casa, donde en poco más de mes y medio la tradujo toda, del mesmo modo que aquí se refiere”.

Plaza de los Tintes
Plaza de los Tintes
Placa en la casa que perteneció a Catalina de Salazar
Con casi toda seguridad, la casa a la que lleva Miguel de Cervantes al joven morisco era de la familia de su mujer, Catalina de Salazar, con la que contrajo matrimonio en 1584, y que a ella correspondía una tercera parte. La casa ubicada en la plaza de los Tintes, números 3-9, en el barrio del Andaque, cerca del río, pudo ser el lugar en el que Cervantes escribiese, al menos, parte de El Quijote. Miguel de Cervantes y Catalina de Salazar hicieron uso de esta casa en sus viajes a Toledo, que en algunas épocas fueron frecuentes y de estancias prolongadas. El barrio del Andaque era un humilde barrio de tintoreros, pescadores y pelaires no lejos del otrora caudaloso Tajo.

David J. Calvo